diciembre 07, 2009

En sueños...

La forma de sentir es suave, cremosa, brillante, voluptuosa.


A decir verdad no tengo una presencia absoluta, más era esa boca que hablaba sin cesar prometiendo utopías y extrañas coincidencias. No hay ojos de pestañas largas, no hay la nariz recta ni piel oscurecida, no hay pómulos sobresalientes ni el vello incipiente que refulge al sol, tampoco existe esa juventud ofensiva para un hombre de mis años. Es la boca, su boca. Es del tamaño exacto, ¿que cómo lo sé?, ajusta perfecto a la mía; varias arrugas la surcan en vertical, el labio superior recuerda ligeramente a las bocas del cine mudo, el inferior es una curva lujuriosa, hinchado igual a una gota de agua a punto de lanzarse al vacío. Apareció en un momento inoportuno, yo salí a fumar a la terraza, ahí estaba ella con ese aire de mujer fatal, de las de ahora, de las modernas. Con las piernas anchas metidas en un pantalón de mezclilla que más que ocultar acentúa, con los senos vehementes bajo la blusa ajustadísima, con su abdomen que es una franja de piel que navega entre telas, plano, oscilante, hipnótico. “Te vi en el salón y no pude evitarte, sé que estás acompañado. No quiero pensar si debo besarte. Te conozco tanto.” Yo he caído sin remedio en el agua turbia de sus besos, aunque se me ha untado absolutamente no hay otra sensación que la de su lengua y sus labios jugando con los míos. La caricia es una carretera serpenteante, hay que bajar la velocidad por momentos a riesgo de un accidente fatal, hay que acelerar de vez en vez para ganar tiempo al inminente fin del camino. Despierto al ardor de la brasa en mis dedos, un dolor único de no querer perder lo ganado, de mantenerse flotando en el delirio onírico de ese lugar de nadie. Despierto por completo aún sintiendo la intensidad del beso desgarrado.


Hago mi rutina diaria con parsimonia. Salgo por las calles cotidianas. El periódico reza sangre en un encabezado triste. La radio en el taxi dice de guerras de nieve en el centro histórico, pienso que algo muy grave pasó en la infancia del jefe de gobierno que quiere convertir el mayor recipiente de energías del mundo en otra Nueva York: pistas de hielo, muñecos y guerras de nieve, ¿todo eso en un país tropical, famoso por sus calores ambientales y humanos?


La chingada nos va cargando.

A mí el sabor grasoso, del lápiz labial de color rosa, se me va diluyendo en una cierta desesperación.

1 comentario:

Rincón P. dijo...

Sé muy bien de lo que hablas. Conozco esos sueños en los que no aparecen rostros (ni falta hacen), sólo sensaciones, olores, sentimientos. Tan reales a veces...

El texto espléndido, como siempre.

Besos.

...

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