mayo 17, 2009

17 de mayo.



Agradezco cada lectura, los textos a continuación los leí en este evento, ojalá les guste. Aún no tienen nombre, se aceptan sugerencias. un abrazo y los mejores deseos.


Antonio Santos es un fenómeno. Nuestro primer encuentro fue en la preparatoria, él tenía diez años más que yo, vino desde su país a tratar de mejorar. El tipo sabía de todo. Tenía los consejos más sabios y las opiniones más acertadas; además vestía bien y se la pasaba trabajando todo el tiempo que le sobraba de la escuela. Normalmente charlaba conmigo. Era cosa común que me buscara entre clase y clase para comentar las últimas enseñanzas, lo difícil de la situación actual del país (desde entonces era difícil aún sin influenza), lo extraño de ser un colombiano y de lo estupendo que era tener un amigo inteligente en quién confiar. Yo, entonces, trabajaba por las mañanas en el negocio de mi madre, por las tardes iba a la escuela y después veía a mi novia por una o dos horas antes de volver a casa y dormir. Invariablemente venía otro día muy parecido al anterior.

Volviendo a Antonio, siempre me sorprendió su modo de vestir, a pesar de vivir solo, todo el tiempo andaba impecable: sin arruga en su ropa, sin una mancha; aunque los colores eran por demás extravagantes, digo, a mis ojos, los de los diecisiete, los maravillados de la creación de mi nuevo mundo. Él no charlaba con nadie más que conmigo, así me enteré de que extrañaba a su novio, según él: un hombrón de casi dos metros con la piel negra, los músculos de madera y con una sonrisa capaz de derretir a cualquiera. Yo no ahondaba mucho en el tema, me incomodaba enormemente el tener que discernir sobre asuntos que no entendía; quizá aún no entienda del todo. De ese modo transcurría mi vida escolar. Y todo hubiera seguido igual si el maestro de “Matemáticas Aplicadas a la Computación” no lo hubiera pretendido; primero lo invitaba a un café o a clases particulares a su casa, después el acoso era más directo, lo obligaba a ayudarle a revisar exámenes fuera del horario normal. Antonio me platicaba esto abrumado por la presión, pues en su calidad de extranjero con permiso de estudiante tenía todas las de perder. Las perdió. El profesor puso al grupo en su contra, contó las cosas exactamente al contrario de cómo venían sucediendo. Los compañeros se volvieron más agresivos con él, lo ponían en medio de un círculo y no se cansaban de proferirle los peores improperios. Yo nunca hice nada, es la verdad, nadie hubiera visto bien que yo sacara la cara por el “afeminado”, “Mari Cuqui”, “puto”, “recoge palitos”, “come con popote”, “diente fino”, “come test a” e insultos de más baja calaña que mi mediano léxico no puede transmitir. Un día dejó de ir a la escuela y yo lo olvidé pronto.

El segundo encuentro fue años después, buscando algún apunte específico de no recuerdo qué, encontré una nota de Antonio. Con su letra preciosista de escriba antiguo, había un mensaje que decía más o menos así. Muchacho: Sé que en sus finas atenciones siempre quiso defenderme de esos bárbaros, no se preocupe, usted hizo lo correcto. Siempre lo recordaré como un joven listo y de mucha valía. No se preocupe, pana. Aprecio que usted no haya hecho la menor diferencia conmigo. Le deseo un gran futuro y porvenir. Su amigo. Santos.

No pude evitar sentirme mal. Aunque hasta hoy no me quita el sueño mi cobardía, sigo pensando que no soy tan inteligente como pretendo. Cuestión de enfoques, enfoques en cuestión.




Marla y Paty salían juntas a todos lados, siempre de la mano y en contacto eterno. A pesar de ser diametralmente opuestas; una: cabello largo, rubio, lacio con piel blanquísima y la otra: morena, de cabello corto y rizado, de piel acanelada; las dos nos traían de cabeza a todos los de la esquina. Nos desvivíamos en atenciones tratando de acaparar sus preferencias, pero a todos nos dejaban con un palmo de narices al pretender que saliera Marla sin Paty o al revés. De ese modo se invitaba a una, por complemento tenía que salir con las dos. Ninguna se dejaba besar o dar abrazos prolongados y con trabajos aceptaban bailar en una fiesta, eso sí, despegaditos. Por mi suerte o insistencia o por que el dinero que me daban en casa era suficiente, con quién salían más era conmigo. A mí me gustaba mucho verlas. Ellas platicaban y reían tomadas de la mano o abrazadas, yo no dejaba de extasiarme con sus aromas, y sus labios: vibrantes, jóvenes, rojos, rojos.

La tarde de mi mal fue dentro del cine Juárez durante una función de tres, sí, tres, películas del Charro de Huentitán. Ese. Parte de un juego o perversión, me sentaron entre las dos; nunca antes había sucedido, pero esa tarde así fue; además de que me llevaban algunos añitos que a esas edades son como un siglo, yo era un tanto lerdo ¿O animal? No sé, lo que sé es que me gustaban más que las congeladas esas que ya no existen y que eran tan buenas. Apenas se apagaron las luces, las dos cruzaron sus brazos por mi espalda tocándose sus propios hombros. La sensación me hizo olvidar hasta en dónde estábamos, supongo que yo olía a miedo, así que las muy avezadas, también se tomaron de la mano quedando estás en mi regazo, sí: aquí. A mis catorce años era mi primer encuentro con el tercer tipo, oh, sí. Les cuento. Yo estaba emocionadísimo pues pensaba que a las dos les gustaba tanto que saldría con una lunes y miércoles, y con Paty, que me gustaba más, los demás días, menos domingo pues ese es muy familiar. El charrito ese, sin provocación alguna, empezó a cantar La ley del monte. La sala se iluminaba con la proyección de un ambiente campirano lleno de magueyes y más gueyes, en fin, todo luz y color. En ese ambiente, tan propicio, las dos (¡Dios!) acercaron su rostro al mío. Si alguien supone la escena, podrán contar seis labios en el mismo close up, quien no la suponga, mejor. Es muy, muy… Continúo. Mi sexto sentido me indico que sería el primer beso. Y lo fue. El primer beso que vi entre dos mujeres. Se brincaron mis labios y se dieron su amor. Yo me derretí entre sus brazos, y a pesar de ser invierno, llegué escurriéndome en estado líquido hasta la primera fila. Desde ahí, observé, cuatro horas seguidas de pendejadas en la pantalla.

No las volví a buscar. Supe que varias veces preguntaron por mí, yo me escondí. Y me escondí tan bien que aún no me encuentran y eso que yo las estoy buscando como un desesperado.

¿No andarán por aquí? No, en definitiva no, sólo tenemos ocho escuchas (incluye: técnicos de sonido).

Marváz

No hay comentarios:

...

Related Posts with Thumbnails

Desde acá