agosto 17, 2008

Bucca

Lipps

Abriendo los ojos, lo primero que reconocí fue tu boca.

Yo había aprendido a la perfección esa boca. Recordarás que pasaba horas enteras mordiéndola, dibujándola con la lengua, definiéndola con mis dedos. Era obvio cómo, a través del tiempo eterno de cada beso, el color sonrosado se volvía igual a la pintura del interior de tu sexo. Después de comerte la boca por interminables horas, yo iba al congelador y sacaba miel, la disolvía con un poco de vino y con el dedo corazón esparcía la mezcla en tu labio inferior. "De ahí bebía, y volvía a llenarlo para volver a beber. Me embriagaba de tu boca, era más el efecto de la hinchazón de tus labios que el licor, te bebía como único remedio; igual a los brebajes para el corazón. Y tú; con los ojos cerrados y la boca entreabierta, sin blusa y con la falda recogida en la cintura, con el sexo aromático y los senos regados de sudor; eras la reencarnación de la lujuria ¡Qué ganas de meterme en ese lugar de carne, saliva y dientes!". Empujándome del pecho me ponías con la espalda en el sillón de tu habitación. Así, abriendo la boca, ponías mi sexo hasta tu garganta; me hacías tuyo con tu mirada en la mía. Yo percibía todo desde la arista de un sueño, tus labios mojando cada vena y músculo, la lengua escapando de entre ellos para lamerme, la protuberancia en tu cuello al querer resistirme por completo. No parabas hasta sentir mis contracciones y la blanca, espesa, sustancia escurrir por tu garganta.

De ahí nació nuestra perversión por tus labios de lujuria.


Bucca

Siente la humedad aceitosa correr íntimamente como una onda expansiva de color verde que le empieza en el ombligo y se le extiende hasta el inicio del útero. Él, con el olfato saturado de olor a bosque, puede ventearla a la lejanía. Un depredador al acecho. “Hueles a tierra mojada… por eso recuerdas a campos recién llovidos”. Ella llega hasta un claro y, sin que lo note, él se acerca despacio hasta abrazarla por la espalda. Ambos tiemblan por el frío y la perspectiva, el sol sigue con su descenso y los ánimos empiezan a aventajar las esperanzas. La toma por la cintura y la hojarasca que alfombra el piso es como un ligero tronar de huesos, parecido a cuando la abraza fuerte, el amor prohibido en que se han tenido poco y se han aprendido bien. La cabaña está cerca. No hablan. Piensan que las palabras salen sobrando. “Estoy aquí y aún me cuesta tocarte. Tu calor me lleva a lugares que no sospeché. Da miedo. Esos labios entreabiertos, la lengua húmeda, el sonido de tus dientes al frío. No es fácil tocarte”.

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